Hermandad "El Baratillo"

Domingo de Resurrección: Lectura del Evangelio

Les ofrecemos la lectura del Evangelio de hoy, la reflexión personal de nuestro Director Espiritual, N.H. Rvdo. Sr. D. Andrés Ybarra Satrústegui y finalmente, la carta pastoral de nuestro Arzobispo de la Archidiócesis de Sevilla, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan José Asenjo Pelegrina.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,34a-37-43):

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

“Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.

Palabra de Dios

Salmo. Sal 117,1-2.16ab-17.22-23   

R/. Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.

«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.

SECUENCIA  

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,1-4): 

HERMANOS:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también apareceréis gloriosos, juntamente a él.

Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. 

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. 

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

Reflexión

Queridos Hermanos:

¡Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo! Con la respuesta al salmo responsorial de la Eucaristía del Domingo de Resurrección, os saludo a todos con la alegría que brota de la contemplación de la victoria de Cristo sobre la muerte. ¡Cristo ha resucitado! Cristo ha vencido las ataduras del pecado y de la muerte y así nos ha abierto a todos el camino de la plenitud. La victoria de Jesús es nuestra victoria. Él nos ha ganado la vida para siempre enseñándonos los elementos esenciales para ello: el amor, el abajamiento, la misericordia, la búsqueda constante de la voluntad del Padre. Cuando vamos por el camino de la verdad, lo que queda es encontrarnos con la verdad con mayúsculas, que es Cristo.

Celebrar la Resurrección de Cristo, en estos momentos de pandemia, tiene, además, un contenido más peculiar si cabe. Nos invita a no caer en la desolación o la desesperanza, porque poner nuestra mirada y confianza en el Señor Resucitado, nos da fuerza para mantenernos en pie, sabiendo que el poder de Cristo es más fuerte que nada y que, unidos a quien vive para siempre para interceder por nosotros, sabremos vivir estos momentos con esperanza. Quien vive de Cristo y para Él, encuentra una fuerza que le sobrepasa, tal y como vemos en la primera lectura. La fuerza de los apóstoles se encuentra en su convicción acerca de Jesús como el único, verdadero y auténtico Señor, en quien se puede confiar, porque mantiene su palabra y hace al hombre vivir con una alegría y un sentido tales, que tienen que proclamarlo sin miedo a lo que pueda ocurrir.

Mejor dar la vida para que otros la encuentren (precisamente como hace Jesús), que callar consintiendo que los hombres no descubran el camino de la verdad. La fuerza realmente está en la identificación con la persona de Cristo que hace que el hombre sea capaz de llegar más allá de donde imagina. La fuerza del hombre es Cristo resucitado y su comunión con Él. Por eso mismo, la segunda lectura invita a buscar siempre los bienes de arriba. A vivir desde lo que nos mantiene cerca y unidos a Cristo. En los bienes espirituales, hay camino que merezca la pena. En los del mundo, esclavitud y tristeza.

Contemplar, desde el evangelio, la tumba vacía, el sepulcro abierto, es la expresión de que Dios nunca va de farol con el hombre. Jesús anunció su pasión, pero también su Resurrección. Como los apóstoles, algunas ocasiones nos damos cuenta, a posteriori, de que Jesús es leal y cumple con lo que dice. Juan, después de ver el sepulcro vacío, es cuando da credibilidad a las palabras de Jesús. Esto, para nosotros, es hoy una invitación a no dudar un instante del Señor en nuestra vida y a saber que siempre puedo estar seguro de su presencia en mi vida. Porque, resucitado, vive para siempre para guardarte, amarte y protegerte.

He creído conveniente terminar estas reflexiones, que os he enviado durante toda esta semana, con la carta pastoral de nuestro querido Sr. Arzobispo. Como sabéis, cada semana D. Juan José escribe a toda la Archidiócesis ilustrándonos con sabiduría sobre diferentes aspectos que tienen que ver con nuestra fe. Como no podía ser de otra manera, este domingo felicita a todos los fieles la Pascua. Leámosla con cariño y atención.

Por último, quiero agradecer a nuestro Hermano Mayor y a su Junta de Gobierno, la oportunidad que me ha dado de poder dirigirme a vosotros cada día de esta Semana Santa. Nuestra intención ha sido intentar ayudar y llenar espiritualmente este tiempo de gracia, estar cerca de todos los hermanos, y haceros sentir que vuestra Hermandad quería acompañaros en esta Semana Santa tan especial que hemos vivido. Pero, especialmente, quiero agradecer a N.H.D. Luis Fernando Rodríguez Carrillo y a N.H.D. Francisco Javier Rodríguez Galán, su trabajo enorme en estos días, dedicados a hacer posible que la labor que se ha hecho desde la Hermandad, pudiera llegar a todos vosotros. Gracias de corazón y que el Señor de la Misericordia os bendiga y Nuestra Madre de la Piedad y Caridad os proteja siempre.

A partir de ahora, seguiré dirigiéndome a vosotros tal y como lo hacía antes de la Semana Santa. Cada miércoles y domingo, enviaré algunas notas que nos ayuden a vivir, desde el Señor, este tiempo de Pascua tan bonito y apasionante. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Que el Señor os bendiga a todos.

Un abrazo.

N.H. Rvdo. Sr. D. Andrés Ybarra Satrústegui

Director Espiritual

 

Carta Pastoral del Sr. Arzobispo

¡CRISTO HA RESUCITADO, ALELUYA!

 

 Queridos hermanos y hermanas:

Este es el mensaje de la Pascua cristiana, la Buena Noticia que la Iglesia viene proclamando desde hace veinte siglos; desde aquella mañana del primer día de la semana en que Pedro y Juan encuentran vacío el sepulcro de Jesús; desde aquella madrugada en que las piadosas mujeres que van a embalsamar su cadáver, reciben del ángel este mensaje alentador: “No esta aquí. Ha resucitado”.

Esta es la gran noticia que la Iglesia tiene el deber de anunciar al mundo en esta mañana de Pascua. Esta es la magnífica noticia que cambia el curso de la historia porque significa que la vida ha triunfado sobre la muerte, la justicia sobre la iniquidad, el amor sobre el odio, el bien sobre el mal, la alegría sobre el abatimiento, la felicidad sobre el dolor, y la bienaventuranza sobre la maldición, y todo ello porque Cristo ha resucitado.

La Resurrección del Señor es la obra maestra de la Trinidad Santa, “la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, -como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica- creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, predicada por los Apóstoles como parte esencial del Misterio Pascual, transmitida como fundamental por la Tradición y abiertamente afirmada en los documentos del Nuevo Testamento”. Sin la Resurrección, Jesús sería el mayor impostor de la historia de la humanidad y el cristianismo el más burdo fraude cometido jamás. La resurrección es el sello de garantía de la persona, la obra y la doctrina de Jesús. Para nosotros es un manantial inagotable de seguridad y confianza. Gracias a la Resurrección del Señor sabemos que nuestra fe no es una quimera y que el objeto de nuestro amor no es un fantasma, sino una persona viva, que está sentada a la derecha de Dios.

La consecuencia más importante de la Resurrección del Señor es nuestra futura resurrección. Si Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. El Catecismo nos dice que después de su Muerte, el Señor bajó al seno de Abrahán para liberar a los justos anteriores a Él y abrirles las puertas del cielo. Ojalá que en esta Pascua, al mismo tiempo que sentimos muy a lo vivo la alegría inmensa que brota de la resurrección del Señor, experimentemos también intensamente la emoción que nace espontánea de la aceptación de esta verdad original del cristianismo: somos ciudadanos del cielo, al que estamos llamados y cuyas puertas nos ha abierto el Señor en su Resurrección de entre los muertos.

La liturgia de estos días nos invita a sacar las consecuencias que la Resurrección del Señor entraña para nuestra vida cristina: Ya que habéis resucitado con Cristo, -nos dice san Pablo- buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. La esperanza en la Resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contrariedades, los problemas familiares, profesionales o económicos, cuando a nosotros o a nuestros seres queridos nos visita el dolor o la enfermedad.

La esperanza en la resurrección es además fuente de sentido en nuestro devenir. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree ni espera, o en el mejor de los casos cree que después de la muerte sólo existe la nada. Porque Cristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con los Santos. Esta perspectiva que es fruto de la Pascua, debe marcar, determinar y configurar nuestro presente, nuestra forma de pensar y nuestro modo de vivir, sabiendo que somos peregrinos, que no tenemos aquí una ciudad estable y permanente, pues nuestra verdadera patria es el cielo.

La perspectiva de la resurrección define e ilumina nuestra vida, la nutre y llena de esperanza y alegría. De todo ello se privan quienes no creen en la resurrección y en la vida eterna, artículo capital de nuestra fe. Aspiremos a los bienes de arriba y no a los de la tierra, vivamos ya desde ahora el estilo de vida del cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad sincera, alimentada en la oración, en la escucha de la Palabra, en la recepción de los sacramentos, singularmente la penitencia y la Eucaristía y en la vivencia gozosa de la presencia de Dios; una vida alejada del pecado, de la impureza, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, en fin, asentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios y, por ello, libres ya del temor a la muerte. Este es mi deseo para todos los diocesanos en esta Pascua.

Un abrazo fraterno y mi bendición.

Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 

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